El bolígrafo es un instrumento de modernidad que, con apenas algo más de medio siglo de existencia, y concebido para la utilidad de una comunicación manualizada directa y trascendente, se ha convertido en ícono de la escritura.
Es una herramienta universalizada que ha ocupado espacios de antiguo reservados a la pluma, o más recientemente al lápiz, y lo ha hecho, aprovechando su simplicidad bien conseguida, el alto valor de uso que tiene, y la entrega de tintas que plasman en papel el indeleble despliegue de signos deseados. ¡Qué no se habrá expresado en boligrafía escrita o garabateada!.
Llevar la boligrafía al campo pictórico, elevar los rasgos y la utilidad del instrumento al reino de la pintura tiene antecedentes excelsos, unas veces utilizando las tintas para ser aplicadas a pincel, otras, cómo no, utilizando la integralidad del medio en facturas más o menos dibujísticas, más o menos "rayonistas"; y en ocasiones, quizá todavía las menos, haciendo tributo a una plenitud pictórica que tiene su espacio propio en la realización contemporánea (y actual).